Un aviso para caminantes: “La búsqueda de Dios: Un itinerario de conversión…y de alianza…”

Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado…”

Interpelados por el forastero incógnito, van llegando a la aldea… La noche ha caído, y, con ella, todas sus esperanzas… Les espera el refugio del hogar.

Algo ha pasado por el camino compartido. Aunque la oscuridad y la desolación les envuelven, se han sentido acompañados y sostenidos por el “anónimo”. En la conversación, han hecho memoria viva del “amor primero”. Les invitó a recordar, comprender y actualizar la presencia histórica del Galileo en medio del pueblo, la decisión de ser un profeta itinerante, sus apariciones en las sinagogas, sus gestos con los leprosos, su trato con los enfermos, su manera de escuchar a las personas o de acoger a las mujeres y niños, sus palabras sobre Dios, sus parábolas, sus criterios a la hora de interpretar la ley y las Escrituras, sus críticas a las autoridades religiosas, sus denuncias sobre el Templo de Jerusalén y sus alabanzas y bendiciones a los más pequeños y necesitados.

El camino acompañado y compartido genera y re-crea en nuestras vidas la auténtica hospitalidad… Desaparecen las tristezas y renacen las esperanzas… ¡Quédate! Y “se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando…”

Es ahí, en los encuentros y en las “mesas de fraternidad”, donde se hace visible la presencia del Resucitado, el evangelizador de nuestras vidas y de nuestros proyectos. Fue cuando a los discípulos se les abrieron los ojos y le reconocieron.

Hoy, nuestra vida religiosa ha de acercarse al mundo con ojos abiertos y corazones encendidos, y crear espacios –comunidades- de encuentro, donde se celebre la vida en torno a mesas de fraternidad… Y sólo es posible desde unas historias narradas hacia Jerusalén, porque es “perdiendo como se gana la vida”.

¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros…?Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén”.

Esta es la clave de lectura para saber narrar la vida, esa vida a la que hemos sido llamados y convocados: ser buscadores. La búsqueda de Dios es el proceso de modelar el alma, toda la persona, desde la mirada de su Reino y desde las coordenadas de Aquel a quien seguimos, y dura toda la vida. La búsqueda no tiene fecha de caducidad o de jubilación. La vida religiosa es historia de profetas, de personas corrientes con una visión teofánica que tuvieron que renovarse a sí mismos para transmitir la nueva visión a los demás.

La vida religiosa nos exige nuestra propia conversión, es decir, la vuelta a Dios y estar atentos a los signos de los tiempos, a los “rumores” de nuestra Humanidad. Exige que estemos plenamente al día, de cara a Dios, desde su mirada y desde sus “entrañas de misericordia”.

Hasta que los religiosos no nos convirtamos al modo de pensar del Dios vivo y presente ahora, desde nuestras estructuras, desde la profundidad de nuestro pensar y querer, desde nuestros proyectos y procesos personales, comunitarios e institucionales… ¿qué bien podemos hacer a los demás, por muchos servicios y tareas que realicemos? La vida religiosa es una forma de vida que trata de desarrollar un corazón y una mente que lleguen a ver la vida tal y como es, siempre desde los excluidos y de los que no cuentan, como el lugar de Dios, y, en consecuencia, nos anima a vivir de forma diferente como tensión y alternativa en nuestra misión. Nuestro Dios es misión[1].

No debemos ser simplemente personas que caminen en el mundo, sino personas de Dios, personas que busquen el modo de pensar y de mirar de Dios, y que lo proclamen cueste lo que cueste. Hombres y mujeres que caminen con nuestro mundo. Sin complejos, desde nuestra propia humanidad, con nuestras fragilidades y dones, desde lo que somos.

La vida religiosa, en su camino continuo de conversión y profetismo, toma nuestro espíritu de buscador/a y lo va despojando de sus capas externas hasta llegar al núcleo, para que podamos ver lo que estamos buscando, saborear aquello de lo que estamos hambrientos y sedientos, convertirnos en lo que perseguimos y anunciar la Buena Nueva como expresión y manifestación de nuestra propia identidad vocacional y misionera…

La pasión de nuestra vida consiste en tomar nuestras personas –nuestras estructuras comunitarias, apostólicas e institucionales-, impregnarlas de la Escritura y confrontarlas con la de Aquél que se mantuvo firme tanto frente a la sinagoga como frente a los poderes sociales y políticos, por amor a la Voluntad del Padre: firme y enraizado en la fidelidad creativa de su proyecto de vida.

Sí, es cuestión de conversión. La vida religiosa, como forma de vida, exige de nosotros la conversión de todo cuanto la sociedad considera más valioso (tener, poder y prestigio), y “poner nuestro mundo y nuestro corazón del revés”:

  • nuestra forma de vida requiere el compromiso de superar obstáculos con el Jesús que fue tentado, y de decir “no” –desde su Novedad- , alzando la voz y con convicción, proféticamente y con firmeza, a esa clase de poder que deja impotentes a otros, los más pequeños y excluidos de nuestro mundo. Es nuestro carisma de obediencia: DECIR SÍ desde la autenticidad de un proyecto de vida que obedece al querer de Dios;
  • decir “no” a los beneficios conseguidos a expensas de los pobres. Es nuestro carisma de pobreza: DECIR SÍ desde la gratuidad y generosidad de una vida que se da sin medida, a manos llenas; y
  • decir «no» a las relaciones que seducen a los inocentes, explotan a los indefensos y convierten a los pequeños del mundo en ‘baratos’ instrumentos de satisfacción personal. Es nuestro carisma de castidad: DECIR SÍ desde la fecundidad y disponibilidad de una vida que genera vida cercana, fraterna y sin límites.

Concluyo con las palabras finales del discurso del Hermano Álvaro a los Consagrados:

“Hoy más que ayer necesitamos inventar, innovar y avanzar despojadosInventar las respuestas nuevas…atentos especialmente a todos aquellos que quedan excluidos de los beneficios de la globalización… Innovar nuestras estructuras de encuentro con Dios, de vida comunitaria, de servicio a nuestros semejantes, de vida profesional compartida con los seglares. Y avanzar despojados, en pos de Jesucristo y con el fuego de su pasión… en actitud de conversión, a la poderosa acción de Dios Padre y del Espíritu Santo que nos reenciende los corazones con la pasión por la humanidad”[2].


1 Un excelente artículo que desarrolla esta idea de que Dios es nuestra misión: J.C.R. García Paredes, “La misión: la clave para entender la Vida Consagrada hoy”, en la Revista “Vida Religiosa”, septiembre-octubre de 2004, cuaderno 5/vol. 96, pp. 4-15.

2 o.c. H. Álvaro Rodríguez, “El encanto de la Vida Consagrada” …, pp. 377-378.

Foto destacada: Celebración final en la Asamblea Misión Lasaliana en Cochabamba (Bolivia), mayo 2023 (Hno. Paco Chiva)