Las parábolas que leemos en el Evangelio de este domingo quieren resaltar la parte misteriosa de la propuesta del Reino. Aquí misteriosa quiere decir que escapa a nuestra racionalidad, a la manera de pensar humana calculadora y lineal.

Primer misterio:
No condenes a nadie pues no sabes , en último término, realmente, quién es bueno de corazón y quién malo. Por eso sólo le corresponde a Dios separar el trigo de la cizaña. Obviamente no quiere decir que todo dé igual, que no haya que protegerse del que actúa con maldad, o que no haya que elegir entre las actitudes constructivas de las destructivas. Lo que la parábola nos dice es que radicalmente no puedes condenar a nadie, porque no conoces el misterio de cada persona. Aquí se sustenta la oposición cristiana a la pena de muerte, a la tortura, a la exclusión o condena de por vida. Dios es la fuente del misterio, sólo él puede comprender a cada persona, los demás no tenemos acceso directo al corazón del prójimo, sólo somos unos invitados.

Segundo misterio:

El Reino es como un grano de mostaza. ¡Insignificante en su origen! Impredecible que se haga un árbol. Para nuestra mente algo tan pequeño sólo puede dar lugar a cosas pequeñas… Pues no. Otra ver falla la lógica. No quiere decirnos el texto que la lógica sea falsa, ni que pensar sea inútil, ni que Dios vaya saltándose las leyes de la naturaleza. Fijémonos que utiliza un símil natural para resaltar lo “sobrenatural” de la hazaña de una semilla. Con las cosas del Reino ocurren estos “milagros”. El mismo mensaje se repite con la levadura que fermenta la masa: cómo tan poco hacer cambiar tanto. Es el misterio de la fecundidad divina.


Mt 13, 24-43

Jesús les contó esta otra parábola:
“El reino de los cielos puede compararse a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos estaban durmiendo, llegó un enemigo que sembró mala hierba entre el trigo, y se fue. Cuando creció el trigo y se formó la espiga, apareció también la mala hierba.
Entonces los labradores fueron a decirle al dueño:
‘Señor, si la semilla que sembraste en el campo era buena, ¿cómo es que ha salido mala hierba?’
El dueño les dijo: ‘Un enemigo ha hecho esto.’
Los labradores le preguntaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancar la mala hierba?’
Pero él les dijo: ‘No, porque al arrancar la mala hierba podéis arrancar también el trigo. Es mejor dejarlos crecer juntos, hasta la siega; entonces mandaré a los segadores a recoger primero la mala hierba y atarla en manojos, para quemarla, y que luego guarden el trigo en mi granero.’

Jesús les contó también esta parábola: “El reino de los cielos se puede comparar a una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es sin duda la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es más grande que las otras plantas del huerto; llega a hacerse como un árbol entre cuyas ramas van a anidar los pájaros.”

También les contó esta parábola: “El reino de los cielos se puede comparar a la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para que toda la masa fermente.”

Jesús habló de todo esto a la gente por medio de parábolas, y sin parábolas no les hablaba, para que se cumpliera lo que había dicho el profeta:

“Hablaré por medio de parábolas;
diré cosas que han estado en secreto
desde la creación del mundo.”

Jesús despidió a la gente y entró en la casa. Sus discípulos se acercaron a él y le pidieron que les explicase la parábola de la mala hierba en el campo. Él les repondió:
“El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre, y el campo es el mundo. La buena semilla representa a los que son del reino; la mala hierba, a los que son del maligno; y el enemigo que sembró la mala hierba es el diablo. La siega representa el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Así como se recoge la mala hierba y se la quema en una hoguera, así sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre mandará sus ángeles a recoger de su reino a todos los que hacen pecar a otros y a los que practican el mal. Los arrojarán al horno encendido,  donde llorarán y les rechinarán los dientes. Entonces, aquellos que cumplen lo ordenado por Dios brillarán como el sol en el reino de su Padre. Los que tienen oídos, oigan.»

Dios es misterio. Pero nos sorprende poniéndose decididamente del lado de lo vulnerable y limitado, de nuestra humanidad… no para condenar, sino para salvar, no para desanimar, sino para poner ánima, misterio, en lo humano. Ésta es la buena noticia. La persona religiosa se sabe religado a esta fecundidad.