Autora: Margarita Saldaña Mostajo
Editorial: Sal Terrae. Santander, 2019.
141 páginas.
Margarita Saldaña es licenciada en Periodismo y Teología Dogmática y pertenece a la espiritualidad de Carlos de Foucauld. Ya la sola pertenencia a dicha espiritualidad bastaría para situar la obra que presentamos. Es un libro que hunde sus raíces en la tierra de cada día, donde a cada momento vivimos y nos manifestamos, donde estamos inmersos y desde donde hacemos las cosas. Por eso, el título del libro va recogiendo diversas experiencias de nuestro ser “terrenal” en el más amplio sentido de la palabra y con una mirada enormemente positiva hacia el ser humano en general.
Por otro lado, no puede estar ausente dentro de esa espiritualidad, la sencillez de Nazaret. A este lugar vuelve una y otra vez la autora para ayudarnos a caer en la cuenta de que no es tanto hablando de una espiritualidad para superhéroes, sino para la gente de cada día, la que pisa la tierra de los sinsabores y los regalos, de los momentos duros y de las experiencias que llenan, de los momentos donde Dios parece que se oculta y de esos otros que nos aparecen llenos de claridad.
El libro va recorriendo diversas “tierras”, porque parte de que la tierra que pisamos es tierra de Dios; o si se quiere, tierra donde encontrar y encontrarse con Dios en el transcurrir de cada día, ya sea en el metro o la parada del bus, en la familia o en la comunidad, andando por la calle o en el recogimiento un poco más sentido de una iglesia o capilla.
Así, va haciendo un recorrido que enlaza muy bien con la experiencia del pueblo de Israel y que puede ser nuestra propia experiencia en esa búsqueda de Dios. Se habla de Tierra del éxodo, de raíces, de sabiduría, de escándalo, de utopía, de presencia, de frutos, de milagros… y de Dios. Todas las anteriores son tierras sencillas, enmarcadas en experiencias concretas de Jesús de Nazaret y muy enraizadas en esos 30 años ocultos de Nazaret donde la autora piensa que se va fraguando un espíritu lleno de Dios. Pero, a la vez, lleno de experiencias muy sencillas de la vida ordinaria: el encuentro con sus paisanos, el trabajo, la oración habitual, las palabras y el buen hacer de María con su hijo o de José, que le dan a Jesús un aprendizaje basado en lo real de cada día, sin esa extraña sensación que a veces tenemos de un Jesús sobrehumano.
Por eso, la autora nos hace caer en la cuenta de que ese encuentro con Dios ocurre muchas veces en lo sencillo. Y que hay que vivirlo dándose cuenta de lo supone la sencillez diaria. Aparecen palabras que definen un comportamiento de Jesús que nos invita a vivirlo también nosotros en nuestra cotidianeidad: salir de sí, éxodos particulares que suponen rupturas, desarraigo, el trabajo de cada día, sabiduría, paciencia, compromiso, fraternidad, escucha, confianza, miradas (hacia dónde se dirigen), manos (dónde sirven), etc.
En muchos de los casos, la figura de Jesús es presentada como escándalo para los de su pueblo: “¿De dónde saca este esas enseñanzas…?” Y otras veces, se extrañan de su actuar, cuando durante 30 años ha estado oculto en Nazaret y no se sabe mucho de su vida. Seguramente tuvo que aprender a vivir el día a día en su familia, en su pueblo, con los suyos… y debió aprender de la vida, con paciencia, con la observación, con la cercanía, con el mirar a María y a José cómo hacer o cómo vivir.
Y aparece la experiencia de descalzarse (como en la cima del Horeb) porque el terreno (la tierra) que pisamos es sagrada: es, como dice la autora: “Tierra de Dios”. Desde ahí, al penetrar en esa tierra (la del encuentro con Dios) casi con miedo, es revivir y reavivar el fuego del amor primero. Surgen preguntas que nos dirige la autora:
¿Qué me sedujo de su llamada? ¿Cuáles fueron las cuerdas de amor con las que Jesús me atrajo irresistiblemente? ¿Qué imágenes ilusorias de Dios han ido desmontándose en mi interior al paso del tiempo? ¿Cómo se ha ido actualizando la llamada de Dios al largo de los años?
Por eso, al final nos vuelve a quedar la espiritualidad de Nazaret, quizá más necesaria que nunca en este mundo loco que vivimos, ansioso por todo, y ya -al instante- donde consumir y tirar se convierte en algo tan natural como la obsolescencia programada. Lo malo es que, en ese comportamiento, llegamos también al exceso de usar y tirar a las personas que no nos interesan, las más débiles, las más vulnerables y podemos quedarnos tan “anchos” porque otros tienen la culpa, decimos.
“El mundo sigue necesitando la espiritualidad de Nazaret, tejida de buena noticia, de anuncio y denuncia. La actualización constante de este misterio es un desafío permanente para cada uno de nosotros, gente corriente, personas de a pie, llamados por nuestro nombre a ser discípulos de Jesús” (pág.141)