Autora: Iribarnegaray, Teresa.
Editorial: Sal Terrae. Colección «El pozo de Siquén» nº 423. Maliaño (Cantabria) 2020.
198 páginas.
ISBN 978-84-293-2965-0
Breve comentario: La autora comunica de manera muy sencilla sus experiencias, convencimientos e intuiciones que ha acrisolado, a lo largo de su experiencia en acompañamiento. Es mujer seglar, casada, imparte clases de espiritualidad en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Pamplona, y cursos de Lectura Existencial del Nuevo Testamento en el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Vitoria. El libro está redactado a modo de diario personal. Refleja la belleza de acompañar personas. Cada capítulo es un diálogo con Dios sobre los acompañamientos realizados. El libro no es un manual sobre acompañamiento sino un volver sobre los acompañamientos hechos para aprender de los aciertos y de los errores; cómo ha caminado la autora junto a cada persona acompañada para descubrir a Dios. Creo que, si tú no eres acompañado, te vas a sentir invitado en el libro a explorar ‘aquello que no ves o que no crees’ pero que está dentro de ti. También puede que te animes a ayudar a otras personas a encontrar la presencia de Dios en sus vidas a través del acompañamiento. Como dice Teresa Iribarnegaray, ninguno de nosotros va solo, y ninguno debería sentirse solo en la aventura espiritual.
Índice:
Introducción.
[Modo diario personal: Cada uno de los 12 capítulos lleva el nombre de cada mes del año 2019].
Textos que destaco:
«Esto es lo que sabemos los acompañantes, y es un motivo para ponernos en camino: en cada persona hay una ventana llena de sol, un misterio de luz, puesto que estamos llamados a reflejar la presencia de Dios en lo que somos». Página 15
«Al final, nuestro ego va desapareciendo y queda ese sí a ti que es nuestra verdad más honda, ese sí que hace posible que nos hagamos apertura y acogida de tu realidad, de tu persona. Entonces llegamos a ser oración y entrega, actividad y pasividad, para ti y para otros, desplegando aquello que nos llamaste a ser» Página 43
«Esa es la vida de los que se enfrentan a sus fantasmas del pasado y a los del presente, los que se atreven a vivir y a plantarle cara al asco, al miedo y a la muerte. Esos no encuentra en el exterior sino en su interior, y más allá de sí mismos, en Dios, el fuego para quemar tanta herida del pasado y para hacer brillar esa vida que se abre paso sobre las marañas y las terribles mentiras». Página 57
«En el acompañamiento me interesa mucho trabajar a la vez… la dimensión existencial y la dimensión espiritual. Lo psicológico es necesario, básico. Pero, una vez que las personas hemos alcanzado ese cierto equilibrio básico, no está todo hecho, ni muchos menos: hace falta empezar a desplegarse como persona, como la persona plena que Dios ha hecho de cada uno. No podemos saltarnos esa dimensión existencial, porque si no hay persona íntegra, de calidad, no hay un creyente de calidad». Página 61
«Siempre que la idea se impone a la persona, perdemos el norte, porque hemos colocado a a idea en un lugar que no es el suyo. Mucho más, aunque esto no lo solemos ver, cuando Dios no ocupa su lugar: si Dios no es visto y vivido como absoluto, empezamos a perder el sentido de las cosas, hasta acabar desnortados. La realidad se vuelve loca, y nosotros con ella.» Página 70
«… esa actitud inquebrantable que hemos de tener en el acompañamiento: la voluntad de estar junto a las personas a tiempo y a destiempo, con palabras o con silencios, te dejen o no te dejen, según ese ‘más allá’ que hace visible entre nosotros el amor.» Página 73
«¡Qué verdad es que entre quienes son más conscientes de su necesidad se da más apertura a Dios!.» Página 99
«Ahora, lo primero [al acompañar a alguien] lo primero es pedir luz, mientras que antes intentaba encontrar yo la solución. Parte de esa incomunicabilidad tenía que ver con que me apoyaba en mí, que es lo mismo que estar sola, y cuando estás sola, está claro que no puedes comunicar.
Quiero darte gracias, Dios de toda bendición, porque tú llamas y tú sostienes la llamada.” Página 102
«Paradójicamente, es la conciencia de nuestra pequeñez, percibida al contacto con Dios, lo que mejor nos sitúa frente a él: como quien no sabe ante el que sabe.
Pasa lo mismo cuando decimos que todos tenemos que estar con los pobres. Se entiende lo que se dice, pero, así dicho, es una consigna que se dirige a nuestras fuerzas. La verdad es que nuestro corazón se compadecerá de los pobres cuando el Señor haga nuestro corazón de carne. Y entonces conoceremos a qué pobres hemos sido enviados, y podremos entregarnos a ellos. Mientras tanto, podemos pedirlo. Pues tan malo es justificarse en que eso no se me ha dado todavía para no implicarme como vivir con una conciencia perpetuamente culpable porque no hago, o porque no hago lo suficiente .» Página 126
«Me resisto a culpar a lo de fuera, sea la sociedad o la historia personal, de los males que padecemos. Por supuesto, sé que lo exterior influye, y mucho. Pero hay en mí una tendencia a contrarrestar posibles victimismos o autojustificaciones. Al contrario, mi confianza en el ser humano se orienta hacia un vigoroso (a veces demasiado) ‘Te he hecho muy bien, ¡hazte cargo de tu vida!’ que, además de ser verdad, resulta eficaz a la hora de sacudir esa tendencia egocentrada y acomodada d este mundo nuestro.» Página 131
«Y es que la cruz, además del rechazo natural que produce, precisa de otros requisitos para ser aceptada: a nivel humano requiere que hayas sufrido lo bastante para reconocer la comunión con ese ‘maldito’ que cuelga del madero; a nivel creyente requiere que te abras a mirar la realidad desde los ojos de la fe. Y los ojos de la fe se abren a medida que cae la niebla sobre nuestra mirada mundana, a medida que ese ‘todo’ que nos prometía el mundo se va descubriendo como ilusorio, opresivo, engañoso, insuficiente, estrecho, falso. A menudo se tiene que caer nuestra esperanza en relación con lo mundano para que nos abramos a mirar la realidad desde la fe.» Página 133
«Es el tiempo en que ya no vivimos como un derecho el tener salud, o el poder comer, o el tener a alguien que nos quiera, sino que empezamos a relacionarnos con estas realidades como lo que son: bendición. Esto abre nuestro corazón a la gratitud, que se percibe en las cosas pero nos lleva más allá de las cosas.» Página 168
«… las personas que acompañamos merecen que nuestro corazón esté volcado en ellas. Que sigan en nuestro corazón cuando se van, que nuestro corazón las acompañe en su oscuridad en sus búsquedas, en sus descubrimientos y en sus luchas, en sus alegrías y en sus dolores. Vivir consagrados a Dios supone consagrarse de este modo a los hermanos.» Página 176
«Voy descubriendo que la pasividad que te deja hacer es lo más fecundo de todo, porque te estorba menos. No te estorba no porque yo desaparezca, sino porque en esa pasividad amorosa me haces capaz de unirme a ti, y quieres que actuemos juntos. Y cuando yo me dejo hacer así por ti, entro también en comunión con la persona que acompaño: nos unes desde ti..» Página 197