Xavier Quinzá en su libro «Dios que se esconde» nos dice:
«El deseo nos enseña que nadie comparte desde la carencia, desde lo que no es, sino desde lo que tiene, desde lo rico que descubre ser en sus deseos, en sus aspiraciones. Y que, cuando acierta a despertar en el otro un semejante deseo, alcanza una cimas muy altas de gozo y felicidad.»
Hoy contemplando el aterdecer del sol junto al mar mallorquín, he pensado que es el deseo aquello que nos hace más próximo a la perfección, lo que nos ayuda a vivir con una capacidad de entrega sin límites, que nos ayuda a gozar de todas las maravillas que diariamente nos rodean, pero sobre todo que nos recuerda que somos los hijos predilectos del Señor, que nos ha hecho criaturas que podemos dirigirnos a Dios como a los seres más cercanos y queridos.
Sepamos ser capaces de vivir nuestos deseos y hacerlos partícipes a los demás. Quedarse los deseos para uno mismo no es humildad sino orgullo. Compartir es la base de nuestro amor cristiano.