Núñez, J.M. Creer en el corazón de la ciudad. (La fe que busca comprender), KHAF, Madrid, 2018, 244 pp.
El libro que nos ofrece el autor, salesiano y sacerdote, tiene una finalidad concreta a juicio del mismo autor: “… un cuaderno de bitácora a modo de reflexiones, para creyentes inquietos…”
Es probable que ya de entrada, alguien que no se sienta aludido como “creyente inquieto” pueda tener la sensación de que lo que se recoge en el libro no va con él. Pudiera ser. Pero en ningún momento es deseo del autor medir ese nivel, a partir del cual, el libro, a esa persona le “desborda”.
Al contrario; creo que el autor quiere hacer honor a su pretensión de bajar a la arena de lo habitual, de la vida ordinaria donde se juegan y se toman las decisiones de cada día y, desde ahí, provocar, invitar, sugerir para que el lector, aunque no sea nada más que eso, se haga preguntas. Y no cualesquiera, sino aquellas que tienen que ver con cierta hondura de la vida y que aportan sentido.
Así, la inquietud creyente comienza primero con los porqués de la vida y, acaso, por qué no, en esas preguntas puede aparecer alguna respuesta que contenga a Dios. Al menos, el autor no lo descarta, siempre y cuando el hombre o la mujer actúen desde la honestidad personal de su vivir y no tengan miedo a plantearse esos interrogantes de sentido y quizá, entrever que en algunas de sus respuestas aparezca Dios como configurador de la vida. Quizá tímidamente en un primer momento; con más solidez, después.
El libro es una invitación a no dar saltos, aunque también el autor es consciente de que escribe “… desde la maravillosa experiencia de creer…” ¿Acaso puede ser un impedimento para situarse en el nivel “no creyente” y, desde ahí, arrancar un recorrido que pueda tener su final en la fe? Pues sí, es posible y el autor desafía falsas imágenes, adentrándose en este camino. Así, desde ese planteamiento, propone al lector seguir en su dinamismo.
Sabe el autor que, en un mundo convulso, preocupado por otras cosas que no son Dios, hablar de Dios no es fácil, siempre y cuando se vaya con dogmatismos o discursos ya sabidos, los de siempre y que, a veces por desgracia, nuestra Iglesia preconiza. Pero cuando lo más ordinario de la vida se te descubre como algo revelador, si estamos mínimamente atentos (por ejemplo, en la caricia cuando estamos mal, en una palabra amable que levanta el ánimo, en una canción que serena el espíritu o en una visión de la naturaleza que nos extasía, etc.) pueden llevar a preguntarnos por qué es así, por qué esas personas viven de esa forma, pendientes del bienestar del otro y le ayudan.
Incluso en esos momentos oscuros, tensos, difíciles de digerir en la vida (que los hay) y donde de nuevo las preguntas y porqués afloran tratando de encontrar una salida, ¿por qué no pensar que puede haber un Tú trascendente que no se impone, sino que se descubre como alguien que sale al encuentro y ofrece sentido y respuestas? Claro, ¿por qué no?
Desde este posible descubrimiento, se destaca según el autor, que Dios no viene a ser el contrario en la lucha de la vida ordinaria, aunque los maestros de la sospecha del XIX, o los más recientes del XXI fuercen a pensar lo contrario. Es posible y razonable, según el autor “… la opción religiosa cuando acompañamos al ser humano en la búsqueda de un horizonte que confiere más sentido a su propia historia. Es una posibilidad…”
Tenemos experiencias como personas: la finitud, el dolor, el amor (incluso cuando puedan existir ciertas dosis de ambigüedad en su vivir) que nos hablan o remiten a algo más auténtico, más consistente. Quizá hemos proyectado una imagen de Dios que es hosca, juzgadora, donde la Iglesia en muchas ocasiones se ha puesto el traje de juez más que el mandil de servicio y de ofrecer fraternidad y acogida. Y por eso cuesta a nuestros contemporáneos llegar a esa posibilidad de encuentro con Dios.
Afirma y hace hincapié el autor de una manera fuerte en el papel de los cristianos. Están llamados a la coherencia personal, al testimonio, a generar espacios de fraternidad comunitaria que ofrezcan un rostro humano, alegre y esperanzado del Jesús a quien siguen. Sin complejos a la hora de dialogar con la cultura, sin extremismos ni hachazos; pero también, como expresión de lo que la fe aporta en un mundo secular, que acaso, tenga ganas de este mensaje de Evangelio.
El libro se estructura en cinco partes, de desigual amplitud, siendo la tercera que lleva por titulo: “Creo Señor. La fe cristiana”, el más largo. Esta parte arranca comentando la experiencia del cariño con otras personas y cómo esa relación “desvela” aunque también “vela” lo que somos y lo que es el otro. Desde ahí, creer en el otro, desde el corazón, puede ser una experiencia análoga a la de la fe: creer en el Otro (con mayúscula), desde el corazón es entregarse sin miedo. Es creer. Es fe.
Cada parte se estructura en pequeños capítulos, al final de los cuales el autor nos regala unas cuantas preguntas para seguir en esa “rumia” personal que aviva lo leído. Dichas preguntas invitan a la claridad, a la honradez personal, a la coherencia en el vivir provechando todo lo bueno del mundo, sin demonizarlo, pero también siendo críticos cuando lo que se pone en juego es la vida humana golpeada, sufriente de mucha gente y que el autor nos recuerda, por activa y por pasiva, en muchas páginas del libro para que no lo olvidemos.
Notaremos que, cuando vayamos repasando las páginas del libro, el autor se dirige al lector de manera personal. En muchos casos, parece que invitan directamente al diálogo con el autor y, acaso, le sorprenda al lector ver aparecer expresiones como: “… seguro que recuerdas…”, “… habrás escuchado…”, “… como ves en lo que sigue…”, “¿recuerdas lo que afirmamos…?” etc. como un deseo del autor de importunar al lector -en el mejor de los sentidos- para que no divague o se escape pensando que lo que se dice es para otro. Al final, pero no sólo del libro, sino en muchos pasajes del mismo, hay una llamada al optimismo cristiano sin perder de vista el dolor y el sufrimiento de los pobres.
“Se lo diré a Dios”, proclama el pequeño sirio poco antes de morir bajos las bombas que sacuden el infierno de la guerra en su país. Y el autor, recogiendo ese grito, afirma al final “… se lo diré yo también a Dios cuando le vea y su justicia será definitivamente la nuestra”. Un clamor que, según el mismo autor, para no olvidarse, se lo dice a Dios mañana y tarde “… desesperado en la esperanza que me habita”.
Catequistas, cristianos de a pie, educadores, personas que se interrogan por su fe y desean honestamente no darle la espalda al mundo, no creyentes a los que la segunda parte del título del libro “… en el corazón de la ciudad” puede llevarles honestamente a la primera parte del título “creer” y encontrar en estas páginas, unos y otros, creyentes y los que no lo son tanto alimento a su vivir y propuestas valiosas para su desarrollo personal.
Jesús Miguel Zamora Martín