Aquí la esencia de nuestra religión: el amor,
un hombre se parte como el pan.
Se derrama por los demás como el vino.
Los religiosos de su época rechazan este amor gratuito.
Les parece extraño dejar las 99 ovejas y buscar la perdida.
Va contra la justicia que tenemos tan interiorizada eso de pagar toda la jornada a quien sólo ha trabajado la última hora.
Pensamos que es estar locos eso de celebrar con una fiesta cuando uno encuentre la moneda que ha perdido, ¡Si la fiesta le costará más que el valor de la moneda perdida!
Jesús nos muestra el rostro de un Dios con amor sin límites.
Jesús se fía de este Dios. Por eso sube a Jerusalén, por eso saca del Templo a todos los comerciantes, a todos los que negocian con la religión y no la viven con amor, sino sólo por interés.
Por eso Jesús asume el riesgo de entrar sobre un asno por las puertas de la ciudad.
Porque está seguro de su Dios.
Este Dios es Abba, no juez.
Es padre. No quiere la muerte de nadie, ni de su hijo.
Es amor sin límites, incondicional.
No castiga, no es dominador.
No quiere apedrear a nadie, sino que cree en el perdón.
No quiere dependencia, quiere que la gente sea libre.
No quiere paralíticos, sino gente madura, adulta que camine por sí mismo.
Observad estos símbolos:
Las piedras no lanzadas por amor.
Las vendas de sus curaciones.
La moneda perdida, y las monedas de la viuda, más valiosas que todo el oro del tesoro del templo.
Las muletas lanzadas al aire de todos los paralíticos.
La jarra de agua, la jofaina y las toallas que utilizó para lavar los pies a sus discípulos.
Y el pan y el vino. El último gesto de su vida.
El momento que resume todo lo que ha sentido Jesús con Dios.
Por Dios, a través de Jesús, el amor siempre tiene la última palabra.
Por eso la fracción del pan, beber de la misma copa fue su último mensaje.
En la eucaristía no adoramos simplemente un trozo de pan consagrado, Adoramos una manera de entender a Dios. A la manera de Jesús, a la manera del amor.
Es muy fácil arrodillarse ante una reliquia, una hostia.
Lo realmente importante es arrodillarse ante esta lección de vida, opción de vida, que hace Jesús. «Dios es amor», nos dice Jesús, «y yo llegaré a amar hasta las últimas consecuencias, incluso si me tengo que enfrentar a los violentos, a los que me persigan».
La vida de Jesús resulta insoportable para los sacerdotes del Templo, los fariseos que clasifican a la gente sus criterios puristas, insoportable para toda la gente dominante de aquel tiempo.
Si el pueblo sigue a Jesús se derrumbaría el sistema religioso y de poder.
Jesús lo sabe.
Sabe que van a por él.
Sabe que está amenazado … de muerte.
Su amor ha sido subversivo.
Y él no puede dejar ahora de amar, curar, multiplicar el pan y el vino …
para seguir siendo coherente con su Dios.
Por eso sigue adelante arriesgando su vida.
No pondrá a la venta la buena noticia.
El reino de Dios es como lo ha predicado Jesús, no como el predica el sacerdote del Templo.
Jesús optará por ser libre, para ensanchar su amor hasta el límite de la muerte.
Jesús cree en el amor de Dios y hará que ese amor sea el secreto de la vida.
Amar no es una debilidad, es volverse frágil, elegir no manipular, no presionar, no utilizar la violencia.
Jesús se confiará de Dios, pase lo que pase, hasta entregarse a sí mismo, hasta dar la vida si es necesario.
Éste es otro tipo de mesianismo, otra manera de ser hijo de Dios, del ser de Dios.
Dios no optó, ni optará nunca más, por la fuerza, por el dominio… sino por el amor, gratuita, incondicional.
Es la locura de Dios.