En este pasaje del evangelio de Marcos, observamos a Jesús que entra en la sinagoga y habla a sus vecinos. No duda. Cree en lo que transmite. No es un discurso que ya se presupone bueno por la persona que lo pronuncia. No al estilo de los fariseos, vacío de vivencia. El mensaje de Jesús refleja una pasión desbordada que se contagia en el que escucha, es un mensaje cuyo contenido les hace reaccionar y cuestionarse. Pero no se queda en simple palabra. Jesús habla con autoridad, pero también actúa de la misma forma. Expulsa al espíritu impuro del hombre poseído y esta actitud, este conocimiento y este saber hacer es la que produce asombro en sus conciudadanos.
Jesús se nos pone de ejemplo en este pasaje. Nos pide que, como emisarios suyos, no nos durmamos en los laureles de la rutina y del día a día. Somos cristianos, pero eso no nos otorga crédito sin más. Asombremos a nuestros hermanos día a día. Debemos expresar en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestros amigos lapasión por el seguimiento de la Palabra, el convencimiento de la fe que profesamos, el empeño en la construcción del Reino de Dios en nosotros y a nuestro alrededor. Pero no solamente expresarlo, sino que nuestra vida, nuestros actos sean la tarjeta de presentación de un cristiano convencido. No podemos quedarnos en ser cristianos de título. El Bautismo nos confirió la fuerza para que día a día renovemos nuestros compromisos bautismales públicamente. Pero a veces esa fuerza no la encontramos.
Mc 1, 21-28
Llegaron a Cafarnaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga del pueblo, un hombre que tenía un espíritu impuro gritó:
–¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios!
Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole:
–¡Cállate y sal de este hombre!
El espíritu impuro sacudió con violencia al hombre, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron y se preguntaban unos a otros:
–¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen!
Muy pronto, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.
Si nos detenemos un minuto a escrutar en silencio nuestro interior, a descubrirnos un poco más íntimamente, a escuchar el latido de nuestro corazón, encontraremos ese rinconcito en el que tenemos escondida la fuerza que nos es innata. Busquemos la forma de soltar esta fuerza, y que se muestre más allá de nuestra interioridad. Usémosla en esta tarea diaria de mostrar al mundo que somos cristianos porque creemos, sentimos, decimos y vivimos el mensaje de Cristo.