María es la madre de Dios. Dios tiene madre. La tiene porque Dios se nos da a conocer y se nos hace presente en Jesús. Dios se ha humanizado, se ha despojado de su rango, de su poder, de su gloria, se ha hecho uno de tantos, uno de nosotros (que no uno de los nuestros). La primera lección del año nuevo es que Dios no quiere ni rangos, ni categorías, ni pedestales, ni todo aquello que sirve para separar, distinguir, dividir, alejar y sobre todo para enfrentar.
Dios nos indica que el camino para ser como Él es humanizarse. Esa humanización está no unicamente en lo “sagrado”, en lo “religioso”, en lo “santo”, sino también -y me atrevería a decir que antes que nada- en lo laico.
A Dios lo encontramos en lo común, en los lugares donde nos encontramos todos, en lo propio de todos los seres humanos… si no ¡a qué viene su encarnación, su hacerse carne de nuestra carne!
Lc 2, 16-21
Fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del niño, y todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente. Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho. A los ocho días circuncidaron al niño y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel había dicho a María antes de que estuviera encinta.
Dios ha querido con Jesús tener una madre. Una mujer de tantas las que había entonces en Israel, una mujer de pueblo y de un pueblo sospechoso: Nazaret en Galilea. María educó a Jesús como cualquier madre, con sensibilidad y en sensibilidad, con bondad y en bondad, en libertad. ¿Son nuestras señas de identidad educativa? María fue la madre admirable que supo siempre estar en su lugar. María fue la que supo escuchar la Palabra en cada instante y responder adecuadamente a su llamada.
¿Estamos nosotros dispuestos a escuchar y responder siempre a las interpelaciones cotidianas?
María guardaba y meditaba en su corazón. ¿Sabemos encontrar ese momento para dar sentido a nuestro quehacer diario a luz de la Palabra?