Tenemos aquí otro libro de un prolífico autor que nos sirve para ir completando algo que, el mismo autor, ha llamado: “Proyecto para dinamizar las comunidades cristianas”.
Es un libro (el segundo, de ahí el 2 del título, de una serie de cuatro) que, como el autor nos anuncia pretende ayudar a las comunidades cristianas en ese desarrollo y proceso para dinamizarlas, conociendo mejor el proyecto de Jesús, su evangelio y la cara “más amable” de Dios como Padre. Posteriormente vendrán otros dos que están anunciados: “Hacernos seguidores de Jesús” y “Caminos concretos de evangelización”. Ya se había publicado el primero de esta serie: “Recuperar el proyecto de Jesús” (junio, 2015).
De entrada, es un libro que se lee muy bien, en ese estilo claro y directo del que hace gala el autor (conocido por otras muchas publicaciones) y que, de una manera sencilla, “va al grano” en cada una de sus afirmaciones. Podemos decir que es un libro positivo, que trata de acercarnos a una figura de Dios que, como no podía ser de otra manera, es sobre todo, Amor, con mayúsculas. Así, a través de siete capítulos, va desgranando aquello que es más nuclear de la experiencia de Dios, a través de lo que captamos de lo que Jesús hizo y dijo, con el fin de hacernos más cercana la figura de Dios y para “urgirnos” a no volverle la cara a las exigencias del Evangelio.
Comienza por presentarnos el mundo y la sociedad que vivimos, afirmando que estamos en medio de una crisis sin precedentes (de Dios, de nosotros, de la Iglesia, de los cristianos). Pero para no quedarse en lamentos en medio de la noche, nos invita a acoger el misterio de Dios en la realidad (la secularidad) de lo cotidiano. Y, desde ahí, lanzarnos a una nueva etapa en nuestra fe, despojándonos de todas lo que se nos ha ido pegando y que ha oscurecido su rostro, para aceptar la fe como adhesión al mismo Jesús.
Vienen después tres capítulos amplios donde se centra el autor en cómo la experiencia de Dios debe ser proclamada (urgencia en una evangelización nueva porque lo necesita la sociedad), en vivir la experiencia de Dios y saber comunicarla (como un Dios amigo, cercano, que nos invita al contacto con él y con los otros desde esa experiencia de la amistad) y una llamada como no podía ser menos, a ser testigos del Dios de la vida (aceptando lo que significa el testimonio, desde la realidad del encuentro con una persona, pero también con la humildad de no saber del todo cómo hacerlo con nuestra palabra y con nuestra vida).
Al final, un aporte sobre la espiritualidad de Jesús, que significa una vuelta a recuperar lo más genuino de la vida y del testimonio de Jesús. Y para ello se requiere en la vida silencio (para oír y unificar la vida) y darle hondura a lo que se vive, yendo más allá de la pura superficialidad y de lo efímero a que nos tiene acostumbrados la sociedad actual.
Termina el autor haciéndonos ver que Jesús puede ser el que unifique nuestra vida y el que le dé sentido pleno y así nos permita vivir con alegría, con profundidad y con el corazón abierto y esponjado aceptando este desafío como algo que nos plenifica. Y, al final, una invitación cuando afirma que el camino más eficaz para sintonizar con la espiritualidad de Jesús es …”aprender a mirar de manera atenta y responsable el rostro de los que sufren…” (pág. 208).