Hace pocos días hemos celebrado la fiesta del Espíritu (Pentecostés). Una fiesta que llena de hondura muchas de las cosas que hacemos y que añade un toque de realismo a todo aquello que vivimos.
Cuando se habla del Espíritu, muchos arrugan el morro como diciendo: “De esto hablaremos otro día”; como si el Espíritu se hubiera marchado de vacaciones (¡Ah, ¿pero estuvo?, dirán algunos) porque no podemos aprehenderlo como haríamos con Jesús (ya que de Jesús tenemos los evangelios, los testimonios de los apóstoles, las palabras de Jesús, etc.). Pero, ¿del Espíritu?
A mi me parece que no acabamos de caer en la cuenta de que el Espíritu está en la entraña misma de lo que hacemos, de cómo nos movemos, de cómo respiramos. ¡Vamos! que es compañero nuestro de camino… ¡aunque no lo notemos!
Sí, es relativamente fácil caer en la cuenta de ello y por eso quiero recordarlo. Nos dice Pablo en su carta a los Gálatas: “... En cambio los frutos del Espíritu son: paciencia, bondad, amabilidad, alegría, amor, fidelidad, dominio propio, prudencia…” (Gál. 5, 22). O sea, que es muy fácil saber si lo que hacemos es del Espíritu o no, si una reunión es obra del Espíritu o no, si nuestra propia persona devuelve a quienes se acercan a nosotros algo de “Espíritu”. ¡Basta ver qué frutos produce!
Digo esto porque al irse Jesús en la Ascensión, nos ha enviado su Espíritu. Nos lo entrega como un don, como un regalo generoso que produce frutos “allá por donde va”… si le dejamos que tenga cancha en nuestro obrar y en nuestro sentir. Lo cual nos debe alegrar porque allí donde esos frutos están presentes, está el espíritu. Y donde no se produce más que discordia, enfrentamiento, malos modos, carácter huraño, palabras que hieren… allí no está el Espíritu y por lo tanto, Jesús ha desaparecido de ese lugar,persona, comunidad o situación.
Porque si Jesús nos ha dejado su Espíritu, nos ha dejado su vida; o sea, todo lo que tiene. Y nos lo deja como un regalo en forma de aliento, “ruah” (Espíritu) para impulsarnos a hacer lo que la vida de Jesús, su Espíritu, quiere hacer con nosotros y a través de nosotros. Por eso, no ha lugar en nuestra comunidad, bueno, no debemos dar lugar a que en ella campen por sus fueros, “cosas” que no son del Espíritu.
Lo cual nos dice que no podemos bajar la guardia, porque ese ladrón del Espíritu, que es el egoísmo, que son las contestaciones fuera de tono, que es la mediocridad, que es el no arrimar el hombro a las tareas comunes, que es dejar que pase el tiempo todo “repanchingado” teniendo como único canal de formación la televisión o como único libro de lectura, las 32 páginas del diario deportivo… todo esto esto, aleja de nuestra comunidad el Espíritu, porque el Espíritu de Jesús, su vida, no casa ni con la vagancia ni con la mediocridad.
¡Bienvenido Espíritu! y remuévemos otra vez para no caer en la desidia.
¡Transfórmanos Espíritu! para ser hombres nuevos que porten la vida de Jesús.