De nuevo el terrorismo golpea a nuestras gentes. Da lo mismo que sean de aquí o de allí. Son personas a las que se les ha truncado la vida y se les ha apagado la ilusión de una vida de forma violenta.
Es verdad que, en momentos como estos, surgen muchas preguntas, incluso dirigidas a lo más hondo de nuestro ser. La más básica: ¿Por qué? ¿Qué pretenden con ello?
No cabe duda de que hacer daño y golpear en lo más sagrado que tenemos que es la vida, arrancando de cuajo ilusiones, deseos, una forma diferente de encarar el futuro. Todo eso se ha venido abajo en los muertos y, también, claro, en sus familias o amigos.
Y me viene a la cabeza nuestra labor educativa, en cada una de las obras lasalianas. Tenemos que seguir empeñándonos en educar en aquello que es valioso y en lo cual creemos como algo inscrito en nuestro ser lasaliano: el valor de la vida, la paz, la justicia, la fraternidad… Pero no como un vano deseo, sino como algo que compromete la vida de cada educador. Y ahí, sí. En ese empeño claro que merece la pena ir dando la vida, sin dejar que te la arrebaten de manera violenta. Irla gastando poco a poco en hacer personas, en construir con nuestras ideas o con nuestra forma de vivir y educar, personas que crean que la vida es el valor supremo, que convivir entre credos, religiones, ideas o planteamientos de vida diferentes es posible, siempre y cuando se respete el valor de la vida y se trabaje en favor de la justicia y la solidaridad.
En estos momentos, donde el dolor se apodera de uno por los fallecidos, sus familias y amigos, solo queda elevar una oración y seguir empeñados en nuestra vocación lasaliana, que es de entrega, de fidelidad al Señor que nos llamó a hacer un mundo fraterno, libre y donde podamos vivir en paz. ¡Ojalá lo vayamos logrando! ¡Claro que sí!