Se nos va acabando el año de la Vida Consagrada. Estamos a dos días (el escrito es del 31 de enero) de echar el cierre «oficial» a un año repleto de acontecimientos y de ideas creativas. Como tal año, nos ha dado tiempo a pensar, a vislumbrar algún camino que otro, a cotejar con unos/as y otros/as lo que puede o debe suponer la vida consagrada en esta andadura. Y temo que a la hora de echar el cierre, nos quedemos un tanto perplejos porque la intensidad que hemos puesto en su celebración, se «deshinche» como un globo y pase al tiempo del recuerdo. ¿Quedará algo de lo vivido?
Es el momento de serenar las cosas. De coger en la quietud de la habitación el libro de los recuerdos, sentarse uno frente a ese escrito hecho vida y recordar lo vivido; pero no para quedarse en la ensoñación y perderse en la monotonía del recuerdo, sino para releer la propia historia a la luz de la experiencia vivida. Ha sido un año de encuentros, de compartir vida, de relación franca y serena con otros/as diferentes… Seguramente que queda el bonito desafío de que no estamos solos y de que hoy, más que nunca, la Vida Consagrada tiene una palabra que decir en medio de nuestro mundo. Una palabra de fraternidad hecha dulzura y serenidad en el trato, una palabra hecha oración en el silencio de la vida propia y en el compartir de la comunidad, una palabra que se hace fraternidad en el acercamiento al sencillo, al débil, al que se rechaza por su color o su religión. Una palabra que se hace más de Dios cuando uno se despoja de tantas ataduras y prepotencias y se hace sencilla hermandad con aquellos que vienen a verte a tu casa o que invitan a salir de la tuya para hacerse vivencia en la casa de otros.
Se termina un año, pero creo que comienza de nuevo la vida, si es que alguna vez estuvo atascada. Acaso este tiempo se nos haya pasado rápido pero creo que ha dado pie a la profundidad, a cierto desasosiego (que es bueno tenerlo) porque no acabamos de hacer todo como el buen Maestro quiere.
Pero reconocerlo ya es el primer paso para huir de tanta prepotencia y sentirse pequeño, caminando con otros muchos religiosos y religiosas, seglares comprometidos en la vida, y que ponen una gotita (algunos un auténtico diluvio esperanzador) en la renovada ilusión de muchos. ¡Que dure!