Después de expulsar violentamente del templo a mercaderes y a los que tenían puestos de cambio de dinero, se dice que Jesús actúa llevado por el celo de la casa de Dios. Jesús no hace otra cosa que dejar al descubierto la superficialidad de un culto que no se basa en el servicio, a través de Dios, a los demás y en el restablecimiento de la justicia y la paz.
El nuevo templo al que se refiere Jesús es su propio cuerpo, la Iglesia, no el edificio, sino las personas que lo forman. La religión no puede convertirse en el lugar donde comprar nuestra entrada o salida al cielo y nuestra salvación, a base de buenas acciones, dando tanto para esto y tanto para lo otro. No nos salva tanto lo que damos o hacemos, sino la capacidad de entablar una relación vital con Dios que nos lleva a vivir comprometidos con el mundo. Dios quiere hermanos y hermanas no negocios.

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Durante esta semana os invitamos a reflexionar sobre a quién o a quiénes expulsaría Jesús del Templo.

– Quizás a los que acumulan riquezas y se niegan a compartir con los menos favorecidos.
– A los que abusan del poder y someten a los que han perdido su independencia económica y su libertad.
– A los que no practican la caridad con sus semejantes.
– A los que no son misericordiosos con las necesidades de los demás.
– A los que juzgan, condenan y no practican el perdón…

Y ¿qué clase de relación entablamos con Dios?
¿hacemos negocios?
¿le ofrecemos oraciones a cambio de satisfacer nuestras necesidades?

Jn 2, 13-25
Como se acercaba la fiesta de la Pascual de los judíos, Jesús fue a Jerusalén; y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que tenían puestos donde cambiar el dinero. Al ver aquello, Jesús hizo un látigo con unas cuerdas y los echó a todos del templo, junto con las ovejas y los bueyes. Arrojó al suelo las monedas de los cambistas y les volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo:
–¡Sacad eso de aquí! ¡No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre!
Sus discípulos recordaron entonces la Escritura que dice: ‘Me consumirá el celo por tu casa’.
Los judíos le preguntaron:
–¿Qué prueba nos das de que tienes autoridad para actuar así?
Jesús les contestó:
–Destruid este templo y en tres días lo levantaré.
Le dijeron los judíos:
–Cuarenta y seis años tardaron en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?
Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que hacía. Pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos. No necesitaba ser informado acerca de nadie, pues él mismo conocía el corazón de cada uno.»