Cordero, F. ¿Qué pinta Dios hoy? Imágenes y metáforas para comunicar la fe, S. Pablo, Madrid, 2017, 154

Justamente lo que entraña el título es lo que el lector se va a encontrar en este libro. El autor (religioso de los SS.CC.) va pasando revista a diversas imágenes que el autor refleja de su propia cosecha o que otros autores o textos han dicho sobre Dios o han aludido a Dios, conservando en sus evocaciones el carácter más “plástico” de su referencia a Dios.

Es un esfuerzo por acercarse a Dios a través de las cosas sencillas: un cuadro, un dibujo, una imagen el sol o la luna, un partido de fútbol o, en estos tiempos que corren, una imagen en 3D. No se trata sólo de imágenes pictóricas, sino que el autor va trayéndonos al hoy alusiones diferentes bajo la clave de “qué nos ha querido decir tal autor o tal otro, cuando se han referido a Dios”. De ahí el “qué pinta” o, si se quiere, volver a releer el título del libro que nos lleva a una mirada “cariñosa” uy desenfadada para ver el papel que Dios juega en lo habitual de la vida.

Desde aquí, remite a una buena labor de catequesis con ejemplos sencillos, lejos de lo ideológico, para tratar de “poner a Dios, como decía Teresa de Jesús, entre los pucheros de cada día”. Así, se van destacando expresiones que hablan de lo tenue, lo habitual, lo sencillo lejos de todo esfuerzo farragoso por comprender a Dios.

Al final, interesa ver cómo cada imagen representa retazos o complementos de la vida y, entre los cuales, es posible encontrar a Dios siempre y cuando no perdamos de vista que Dios va a estar entre las cosas sencillas. Por ejemplo, se mencionan figuras como el camino, el explorador, el laberinto, la luna, el erizo, la abeja, el dinosaurio, la cascada de agua, etc.

Es un libro muy sencillo de leer y donde los educadores o catequistas van a encontrar muy jugosas las referencias que se hacen a aspectos concretos de la vida, de cada día. Además, el autor ha tenido mucho cuidado en referenciar con citas numerosas de dónde toma los ejemplos que, otros, han sabido destacar en sus escritos. Por eso, el libro es un homenaje a todos esos autores y a los símbolos de cada día, que nos remiten a Dios (así, por ejemplo, los que tienen que ver con los sentidos: qué significa “oler” a Dios, o que somos “olor de Cristo”, o cómo los cristianos somos el “perfume de Cristo”, o los “oídos del mensaje”, o el “gusto por saborear las cosas de Dios” para poderlas decir con nuestra boca, etc.).

¿Por qué estos temas?, podíamos preguntarnos. Pues porque Dios enlaza con lo más cotidiano y habitual de nuestro vivir. Y el autor nos remite a hacer un pequeño esfuerzo para conjugar lo celeste y lo terrestre, el amor y la misericordia, la casa y la cascada… Y no desdeña en referirse a los drones que, desde su atalaya, nos permiten visionar la paz, la justicia, el tráfico o la vida como un tablero de ajedrez para ver “desde arriba” saliendo de los ojos estrechos de una visión “más rastrera”.

Al final, un guiño a las imágenes para los tiempos litúrgicos (reloj, sala de espera, desierto, cenizas, música, píxeles) o ese otro a los santos, destacando un lado más jocoso, nada irreverente, cuando hace mención a “las orejas verdes de María”, a los santos “bricoleurs”, el rompecabezas de Charles de Foucauld o el fraile del violín…

Por eso, el libro se puede utilizar como un “vademécum” para situaciones diversas (catequesis, enseñanza, reuniones con padres…), destacando que es más lo que sugiere que lo que dice (aunque también) y que puede inspirar para poner en valor y traer al recuerdo actual aquello de la propia cosecha en beneficio de una imagen de Dios que, el fin y a la postre, es siempre divertida y amable.