A Dios, como dice Juan, nadie lo ha visto jamás. En el judaísmo había un miedo manifiesto a pronunciar el nombre de Dios. Para los judíos ver a Dios suponía entrar en la dinámica de la muerte, por eso Moisés, cuando intuyó la presencia de Dios se postró con el rostro pegado al suelo. Por eso los sacerdotes entraban con temor y temblor en el santuario del templo de Jerusalén.

La Navidad nos ayuda a entrar en lo profundo del Misterio de Dios. A través de Jesús de Nazareth, la Palabra eterna de Dios, asumiendo nuestra condición humana nos ha posibilitado conocer el verdadero rostro de Dios, ese rostro que nadie ha visto jamás. La Navidad, el nacimiento de Jesús, nos posibilitó comprender a Dios de una manera diferente. A Dios ya no podemos temerle, sólo admirarle, porque a través de Jesús, podemos descubrirnos y sentirnos hijos, hijos de Dios.

Quizá, para experimentar esa experiencia paterno-filial, es necesario que acojamos la Palabra que llega hasta nosotros. Hace dos mil años, muchos que la vieron no la acogieron. Sin duda que esta Navidad reserva para todos nosotros algún momento oportuno para encontrarnos con ella. ¡No la dejemos pasar de largo!

Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
“Éste es de quien dije:
“El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”
“Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.