· Confianza de Dios en el hombre
· Manifestación de fe en la divinidad de Jesucristo
· Jesús elige la humillación durante toda su vida
· Establece comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios
«La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». Son
palabras que manifiestan la confianza de Dios en el hombre, a pesar de todas sus debilidades y vacilaciones. Nuestra esperanza está puesta en Jesucristo, no en nuestras fuerzas.
El Bautismo de Jesús es una teofanía y es a la vez una manifestación de fe en la divinidad de Cristo por parte de la comunidad primitiva. Los creyentes toman conciencia de lo que sucede en el Bautismo, somos ungidos por el Espíritu Santo, somos hechos hijos de Dios.
«Él bautizará con Espíritu Santo» se pone de relieve que precisamente por ser el Mesías y estar lleno del Espíritu, Jesús puede bautizar –es decir, sumergir– en Espíritu a todos los que le aceptan.
«Fue bautizado por Juan». Al bautizarse Jesús pasa por un pecador. Jesús inicia su vida pública con la humillación, lo mismo que había sido su infancia y seguirá siendo toda su vida hasta acabar en la suprema humillación de la cruz. Jesús vive en la humillación permanente; no sólo acepta la humillación, sino que Él mismo la elige. ¿Y nosotros?
«Vio que los cielos se rasgaban». Los cielos cerrados desde tiempos inmemoriales se abren, en Jesús se ha restablecido la comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios; con Jesús, comienza una etapa nueva.
El «Hijo amado» del Padre, ésta es su identidad y su misterio a la vez. Toda la vida humana de Jesús es una vida filial; vive como Hijo y se sabe y se siente amado por el Padre. También nosotros somos hijos de Dios por el bautismo. Pero nuestra vida cristiana no tendrá base sólida ni cobrará altura si no vivimos en la benevolencia del Padre y no experimentamos la alegría de ser hijos amados de Dios.
«El Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él». El bautismo de Jesús pone de relieve que Él es efectivamente el Mesías, el Ungido de Dios. Ungido por el Espíritu Santo, toda su existencia va a ser conducida por este Espíritu.
Mc 1, 7-11
En su proclamación decía: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo.” Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. En el momento en que salía del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. Y vino una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.”
Jesús es totalmente dócil a la acción del Espíritu Santo en Él, y nos da su mismo Espíritu a nosotros.
¿Tengo conciencia de ser «templo del Espíritu Santo»?
¿Conozco al Espíritu Santo o soy como aquellos discípulos de Juan que ni siquiera sabían que existía el Espíritu Santo?
¿Me dejo guiar dócilmente por este Espíritu que mora en mí?
¿Experimento como Jesús «la alegría del Espíritu Santo»?
¿Dejo que Él produzca en mí sus frutos?