angel02

 

Orando con el Evangelio

Me dicen que si podía dar mi testimonio de oración, de vida interior.  Primero me deja un poco sorprendido, porque no veo que pueda ser un testimonio de valor, pero al final me he animado, porque es el mío. Vamos allá.

En bastantes años mi vida de oración, de meditación, sigue el ritmo que me enseñaron en el noviciado: el método de La Salle. Me resultaban complicados tantos actos… Poco a poco fui evolucionando hacia la lectura del Evangelio y dejarse llevar por su mensaje. Pero seguía buscando. Seguía sin llenarme. Con frecuencia mi mente divagaba por otros derroteros. Parece que cuando uno se pone a orar, pasan por la mente todas las cosas que hay que hacer y todas son urgentes, todas, menos la oración. Necesitaba concentración interior. Dominio de mi cuerpo y mi mente. Dominio de mí mismo.

En estas, los visitadores, me propusieron ir al noviciado. Lo primero que me vino a la cabeza fue: ¿cómo enseñar a orar a los novicios, si yo mismo no estoy a gusto con mi oración?

Dios proveerá. Y así fue, creo yo. Me salió al encuentro.

En el primer trimestre tuvimos un día de desierto. Cada uno tomábamos un bocadillo, una bebida y una fruta y, libremente, podíamos ir donde quisiéramos. Al encuentro del Dios de la vida, de la naturaleza. Yo también salí al campo. Y en un momento de esa soledad, en medio de la naturaleza, sentí profundamente que Dios me amaba. Parece algo repetido rutinariamente, pero, no. Fue algo muy distinto. Dios se hace presente en las cosas más sencillas y repetidas, cuando las vemos con sus ojos. Si yo fuera un santo igual me había puesto de rodillas, pero como no lo soy pues me puse a bailar de alegría, mientras me repetía rítmicamente: “Dios me ama”. Poco a poco se convirtió en una cancioncilla (una antífona) que me ha acompañado hasta el día de hoy. Mientras mi cuerpo se mueve, baila, mis manos expresan lo que dice la canción: “Dios me ama, aleluya! (Alguno dirá, Hara…No. Surge del interior). Eso me hizo descubrir que tengo que orar con todo lo que soy. El cuerpo ora. Pero se mueve desde el interior. La música surge de dentro.

Desde ese día, en el noviciado, comenzamos a hacer ejercicios de relajación y de concentración. Y a ser el Evangelio el que guiaba nuestra oración.

Recuerdo el comentario de un novicio, al evaluar un tiempo de concentración. “H. director, he llegado a la máxima concentración”.  (Al poco de comenzar el ejercicio se había quedado dormido y roncaba ruidosamente).

Ese momento tan insignificante, tan inesperado, ha marcado el resto de mi vida de oración. Tomando el Evangelio, que la Iglesia nos propone para cada día, como guía en mi oración. Es lo primero que leo, al entrar en la capilla, todas las mañanas.  En la meditación, hago una breve relajación corporal; así relajado, una invocación al Espíritu que él me llene por dentro. Una mirada a Jesús, que le siento presente, y tan sólo le digo: ¡Mírame! Siento su mirada y el mensaje que hoy quiere transmitirme con su Palabra. Y le expreso lo que suscita en mí. Y al terminar, nuevamente una palabra: ¡Acompáñame!

A lo largo del día repito, algunas veces, el baile aleluyático. Y, si puedo, doy un paseo por la naturaleza sintiéndome acompañado. Aquí es fácil porque a los 5 minutos de andar, ya estoy en la naturaleza.

A cada uno Dios nos espera en el lugar menos pensado y más sencillo. No estaba en los truenos del Sinaí, sino en la brisa suave, apenas imperceptible. Ábrete a su insinuación y te acompañará toda la vida.