Hola. Soy el Hno. Jon Lezamiz.

Mis maestros son personas de la calle, amas de casa, los no profesionales del tema. Éstos me han reiterado en su experiencia palpitante y arraigada en lo normal, anodino, intrascendente que el maestro de oración es el Espíritu, que los métodos son muletas que hemos de abandonar cuando los pies están fortalecidos, cuando están cimentados en Roca. El objetivo de todo buen método es que podamos prescindir de él.

Desde el año 1981 utilizo el método hesicasta o la oración del nombre de Jesús. Para profundizar en lo que significaba el hesicasmo leí con atención el clásico anónimo “Strannik” o “El peregrino ruso”.  El nombre tan raro de hesicasmo proviene de “hesychia”, que significa paz interior.

El libro del Strannik puede ser la obra de un monje del monte Athos o del monasterio ruso de Optina. Lo más probable sea que un auténtico peregrino laico contara su experiencia a un monje y éste la escribiera. El libro fue publicado por vez primera en 1865. Por lo tanto, hace más de siglo y medio.  Su trasfondo no tiene nada que ver con el mundo que conocemos.

El Strannik persigue la oración continua. En uno de sus testimonios dice: “Siéntate sólo y en silencio. Inclina la cabeza, cierra los ojos, respira dulcemente e imagínate que estás mirando a tu corazón. Dirige al corazón todos los pensamientos de tu alma. Respira y di: Jesús mío, ten misericordia de mí. Dilo moviendo dulcemente los labios y dilo en el fondo del alma. Procura alejar todo otro pensamiento. Permanece tranquilo, ten paciencia y repítelo con la mayor frecuencia que te sea posible”.

Repetir lo más posible implica el machacar una y otra vez hasta que se convierte en algo reflejo, un bombardeo al inconsciente, que permite que desde el hondón brote espontáneamente la oración de Jesús. La propia experiencia y la del Strannik sostienen que no es un camino de rosas: “Al principio me pareció que todo iba bien, pero luego comencé  a aburrirme. El cansancio y el sueño me abatieron y una densa nube de extraños pensamientos me envolvió”. Con frecuencia el hombre cuerdo, sensato y eficaz que todos llevamos dentro llama a la puerta de la conciencia; el hombre que conoce mecanismos psicológicos y racionaliza casi todo. No obstante, a este hombrecillo le quiero contar una breve narración[1]: “Un caminante se ve perdido en el desierto. Consumido por el sol, divisa a lo lejos un oasis. <Bah – dice de nuevo – no es más que una ilusión producto de mi mente calenturienta! En mi desesperada situación es muy fácil ver fantasmas… ¡Es pura proyección! Puedo incluso oír el murmullo del agua, pero seguro que es una alucinación auditiva… ¡Oh, qué cruel es la naturaleza!>. Al cabo de un rato, dos beduinos lo encuentran muerto. Uno de ellos le dice al otro: <No hay quien lo entienda: tiene los dátiles al alcance de la mano, y se muere de hambre; el agua del manantial corre junto a él, y perece de sed… ¿Cómo es posible?> Y el otro le responde: <Era un moderno: ha muerto del miedo a sus propias proyecciones>.

Cuando el staretz[2] le manda al peregrino que repita 3.000, después 6.000 y más tarde 12.000 veces al día la oración de Jesús nuestra manera de pensar se pone en guardia. Y añade que sólo así se llega a la oración de los labios, que no se ha arraigado en el corazón. En mi experiencia no he contado las veces, pero sí que he aprovechado momentos largos de paseo, corriendo por el asfalto… para ir repitiendo, martilleando, jadeando la frase: Señor Jesús, ten misericordia de mí. Al inspirar decía “Señor Jesús”. Al espirar lanzaba: “Ten misericordia de mí”.

Cuando inspiro quiero llenarme de todo lo positivo. Cuando espiro, con el aire, quiero que salga toda mi negatividad, mi labilidad, mi desorden, mi egoísmo… Así la respiración se acomoda al ritmo interior, a la sintonía del corazón.

El Strannik explica que cuando rezaba en el profundo recogimiento del corazón, todo lo que le rodeaba le parecía estupendo y maravilloso: los árboles, las plantas, los pájaros, la tierra, el aire, la luz. Le parecía que todo había sido creado para el hombre y era una demostración del amor de Dios. Le parecía entender el lenguaje de las criaturas y que podía hablar con todas ellas y que ellas le entendían. Este ambiente de naturaleza se puede cambiar por el sentido renovado de vivir nuestra vocación en comunidad para el servicio educativo… Tal vez las galerías de los colegios, el griterío  y ambiente alegre de los recreos, el reconocimiento de los alumnos, las reuniones con los compañeros,… se conviertan en el lenguaje que nos plasme el sueño que tuvo Juan de La Salle al fundar la comunidad para las escuelas cristianas. 

He sido educado en el esfuerzo, la voluntad, el trabajo, la eficacia, la organización, el deber,… Esto me ha incapacitado, al menos obstaculizado, la meditación. Con mucha frecuencia confesamos que la oración es un don, es gracia, iniciativa del Otro… Pero la inflación del ego nos puede. La pregunta fundamental no es cómo amo a Dios, sino cómo acepto el amor de Dios, cómo puedo ser un mejor receptor. La oración auténtica va más allá de nuestro yo hacia Dios. La felicidad, la alegría… es siempre el resultado de dejarse perder uno mismo en el amor del otro. La oración se dirige a Dios, no a uno mismo.

Aunque parezca una contradicción, hemos de tener en cuenta nuestra persona. No vaya a ser que nos ocurra lo que narra Chuang-Tzu. Éste contó que… “había un hombre que estaba alarmado de su propia sombra, porque le seguía a todas partes y no se le apartaba de sus talones. Decidió huir de todo aquello; pero ésta le seguía paso a paso sin ningún esfuerzo. Dándose cuenta, corría cada vez más de prisa hasta caer muerto de agotamiento”. Debería haberse sentado a la sombra. Yo puedo ser un hombre en huida y ¡qué puedo espera sino correr de por vida!

La sabiduría oriental dice que las más perfectas acciones se logran sin esfuerzo: “Los gansos salvajes no pretenden proyectar su reflejo. El agua no tiene la más mínima intención de recibir su imagen” (Zenrin). Parece que se trata de dejar a Dios ser Dios y que obre grandes maravillas en nosotros.

Me despido con las palabras del Strannik: “He hablado demasiado y los Santos Padres llaman chácharas aun a las conversaciones más espirituales cuando se prolongan demasiado. Ya es tiempo de ir a buscar a mi compañero para emprender el viaje a Jerusalén…” Y el staretz le responde: “Que la gracia divina ilumine tu camino y te acompañe, como arcángel Rafael acompañó a Tobías”.

[1] Su autor es Piet Van Bremeen.

[2] Término ruso que significa maestro y guía en los monasterios ortodoxos.