Normas, preceptos, ritos …
La originalidad del mensaje de Jesús es simplemente su naturalidad, su sencillez, su desnudez de actuación. En la época de Jesús, en el recito o lugar en el que reposaba una mujer, solamente su marido podía entrar. Jesús entra, y no solamente entra, sino que la toca, algo que para el hombre judío era impensable. Y la cura, la purifica, … ¡Que gesto más simple y natural!
Amar a tu prójimo, aunque con ello parezca, ante los ojos de los demás, que estamos un poco locos. Es lo más importante y lo único que nos proporciona autenticidad en el seguimiento de Jesús. Pero parece que nos gusta rodearnos de símbolos que nos oprimen y, sin embargo  adoramos, olvidando la esencia del amor de Dios. Con lo espontáneo y natural que es un gesto, un guiño, un beso, una caricia o un abrazo que no nos han pedido… Jesús cura, y cura, y cura a todo el que se acerca a él. Hombres, mujeres, niños,… Todos son iguales, nadie tiene ningún privilegio especial. Para Dios todos conformamos la Iglesia y todos ejercemos un servicio ante Dios y la comunidad. La suegra de Pedro les sirve. Todos somos diáconos en el servicio, en el amor, en el seguimiento y en la difusión de la palabra: hombres, mujeres, niños, … Todos somos pueblo de Dios. Todos somos iguales. Pero parece que nos negamos a verlo, nos ponemos vendas en los ojos y nos refugiamos en el “siempre ha sido así”, con miedo para no crecer, para no avanzar. ¿Por qué rodearnos de normas, barreras, obstáculos que nos ponemos a nosotros mismos?
El mensaje de salvación de Jesús es simple y directo: AMOR. Construyamos el Reino de Dios en la Tierra, juntos, construyámoslo con lo que Dios nos ha dicho que es necesario, el amor. Con él, llegaremos a todas partes, con él romperemos las barreras que se nos impongan, con él llegaremos a los corazones de los que nos rodean y seremos revolucionarios tal cual lo fue Jesús para su época. Nos buscarán por lo que vean, nos buscarán por lo que sientan, pero no nos quedemos esperando a que vengan a nosotros. Salgamos a buscar y a curar a todo el que tenemos alrededor. No nos descuidemos. Recordemos que necesitamos como todos alimentarnos de Dios. No acallemos el hambre y sed de su palabra. Oremos para encontrarnos con el Padre; hablemos y dialoguemos con Él. Él siempre está ahí para escucharnos. Encontremos el lugar y el momento, no lo dejemos pasar…

Mc 1, 29-39
Cuando salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al momento se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos.
Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba hablar a los demonios, porque ellos le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar apartado. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: –Todos te están buscando. Él les contestó: –Vayamos a otros lugares cercanos a anunciar también allí el mensaje, porque para esto he salido.
Así que Jesús andaba por toda Galilea anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios.