Dios es inmenso lago sin orilla,
salvo en un punto tierno,
minúsculo, asustado,
donde se ha complacido limitándose:
yo.

Yo, límite de Dios, voluntad libre
por su divina voluntad.
Yo, ribera de Dios, junto a sus olas grandes:

No, Dios mío, tú, todo: la ola y la ribera:
Yo, sólo, el junco verde que los vientos agitan
en tus orillas grises.

Yo, afirmación delgada
-ah, pero concretísima-, terca en su verde: verde
sobre el gris infinito.

Dámaso Alonso