Custodios de la Llama

(Transcripción del audio en inglés)
Cada niño nace con una preciada llama dentro de sí.
Una llama interior de asombro y  potencial de comenzar.
Esta llama ilumina el camino que se extiende hacia adelante, encendiendo la curiosidad y reavivando la pasión.
Pero hay momentos en que esta llama es desafiada desde adentro y desde afuera.
La llama puede flaquear bajo presión, puede ser ahogada por inseguridades personales.
Aunque los chicos pueden llegar a tropezar, nunca estarán perdidos, los maestros estarán protegiendo esas llamas pase lo que pase.
Junto con una familia atenta y cariñosa, son los maestros quienes permanecen al lado de cada alumno. Tanto en las alegrías de la vida, como también en las tristezas.
Estos custodios de las llamas pueden ayudar y guiar, porque ellos comparten esa llama del aprendizaje que brilla fuerte desde dentro.

Estos maestros conocen el corazón del niño, valoran todo tipo de inteligencia.
Los maestros ayudan a cada chico a escalar más alto, más lejos, a lo largo del tiempo, y a dominar los desafíos que aparezcan en su misión, a aprender y vivir lo que hacen mejor
Los maestros celebran los triunfos y protegen en las tormentas para mantener la llama brillante, encendida y cálida.
Por eso,  es hora de volver la mirada hacia ellos, estos custodios de la llama.
Les agradecemos su pasión y les damos gran reconocimiento, por su conocimiento, investigación, ciencia y arte,  que les permite ser custodios de las mentes y los corazones.
Para mejorar nuestras escuelas tenemos una elección:  escuchar la voz de los maestros.
Voces tan diversas que protegen la llama interior de cada alumno con el don de saber qué es lo correcto para mantener cada espíritu brillando fuerte.
Entonces, escuchemos a nuestros maestros a la hora de imaginar y diseñar escuelas que mantengan nuestra llama encendida, y que permitan que cada niño brille.
“La educación no es llenar un balde, sino encender un fuego”
2″William Bulter Yeats. Edit. y Sub. Alex M

 

“Vosotros, en cuanto partícipes del ministerio de los ángeles custodios, dais a conocer a los niños las verdades del Evangelio, escogidos como habéis sido por Dios para anunciárselas. Por lo tanto, debéis enseñarles los medios para practicarlas, y tener sumo celo en procurar que las pongan por obra.
A imitación del gran apóstol, debéis conjurarlos a que vivan de manera digna de Dios, ya que han sido llamados a su reino y a su gloria. Y vuestro celo en esto debe ir tan lejos que, para contribuir a ello, estéis dispuestos a dar vuestra propia vida. ¡Hasta tal punto tenéis que querer a los niños de quienes estáis encargados!”

(MR 198, 2, 1)

 

“Si es esto verdadero respecto de todos los hombres, lo es incomparablemente más respecto de los niños, que al tener un espíritu más rudo, porque está menos desprendido de los sentidos y de la materia, necesitan que se les expliquen las verdades cristianas ocultas a la mente humana, de manera más sensible y adecuada a la rudeza de su espíritu; sin lo cual, a menudo permanecen toda su vida rudos e insensibles respecto de las cosas de Dios e incapaces de entenderlas y gustarlas.
A esto ha provisto la bondad de Dios, dando a los niños maestros que les instruyan en todo ello.
Admirad la bondad de Dios, que provee a todas las necesidades de sus criaturas, y los medios que toma para procurar a los hombres el conocimiento del verdadero bien, que es el que mira a la salvación de sus almas. Ofreceos a Él para ayudar en ello a los niños que tenéis encomendados tanto como lo exija de vosotros.

“Por ese motivo necesitan ángeles visibles que les animen a gustarlas y practicarlas, tanto por medio de sus instrucciones, como por sus buenos ejemplos, a fin de que con estos dos medios, estas santas máximas dejen fuerte huella en sus mentes y en sus corazones.
Tal es la función que debéis ejercer con vuestros discípulos. Es deber vuestro proceder de tal forma que, como hacen los ángeles custodios con vosotros, los comprometáis a practicar las máximas del Santo Evangelio; y les proporcionéis, para conseguirlo, medios para ello, fáciles y adecuados a su edad; de modo que habiéndose acostumbrado insensiblemente a ellas en su infancia, puedan tener adquirido, cuando sean mayores, como cierto hábito, y así ponerlas por obra sin mucha dificultad.”

(MR 197)