Reflexión realizada por Soledad Moreno y Chito Polo (Paroquia de Santa Teresita).

Jesús, que nos conoce perfectamente, sabe que muchos de nosotros nos empeñamos en mantener actitudes egoístas, que muchas veces nos mostramos insensibles y distantes de las necesidades del prójimo y que ese empeño nuestro en no dejar “morir” todos esos fallos nos impide “florecer”, es decir, vivir una existencia más cristiana, más feliz.

Nos propone dejar de amarnos de esa forma equivocada y triste con que muchas veces nos amamos.

Nos invita a un profundo cambio: ¿Seremos capaces de escucharle?

El ejemplo de la actitud de nuestro Señor puede parecernos demasiado lejano, demasiado difícil… Pero Jesús se empeña en hacernos entender que ése es el verdadero camino.
Fijémonos en cómo es la Oración de Jesús: Sabedor de que la hora de su Pasión está próxima, no se dirige al Padre para pedir que lo libre de ella. Todo lo contrario, se abraza a su voluntad y lo glorifica.

¡Qué diferente de nuestros ruegos cobardes ante cualquier dificultad que nos presenta la vida!

Aceptemos valientemente la invitación de Jesús a seguirle.

¿Intentamos recorrer la vida junto a Él, abrazados a Él?

Merece la pena tener presente la promesa que nos hace el Señor:
“El que quiera servirme, que me siga; y donde esté yo, allí estará también mi servidor”

Y esta promesa vale para esta vida…
Y para después de esta vida.

Jn 12, 20-23
Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron:
–Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús.
Jesús les dijo:
–Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
“Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!”
Al oír esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban:
–Un ángel le ha hablado.
Jesús les dijo: –No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo! Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
Con esto daba a entender de qué forma había de morir.