Reflexión preparada por Joan Isern y Nieves De León.

En el evangelio de hoy hemos visto que Moisés elevaba la serpiente en el desierto. En la Biblia la serpiente de bronce curaba las picaduras de serpientes, por tanto se trataba de un símbolo de salud y vida.

Hoy no tenemos que recurrir a símbolos mágicos, pues Jesús es un símbolo de la vida para todos y todas los/as que lo miran con fe.

Mirando a Jesús nos descubrimos a nosotros/as mismos/as, lo que hay en nuestro interior, aquello que muchas veces nos enorgullece, y otras veces nos causa dolor. Podemos hacer esta semana un ejercicio de tomar aquella figura de Jesús que más nos guste, imagen, estampa, cruz, lo que cada uno/a quiera y la contemple durante un rato. Intentemos hacer un ejercicio de contemplar, su rostro, sus manos, su figura, e intentar percibir qué nos dice Él de nuestra propia vida.

A llegar a apasionarnos por Él, por su evangelio, y que esta pasión mueva toda nuestra alma, que vaya inundando todo nuestro ser a fin de ser reflejo de Dios en nuestro día a día. Una pasión que a algunos (especialmente los más jóvenes – o no tanto-) nos haga sintonizar nuestra radio (todo mi ser) en la frecuencia de Dios para intentar encontrar respuesta a una pregunta que debe resonar en nosotros cada día: ¿Qué pides de mi, Señor? ; y a otros (seguramente los más mayores) lo mas probable es que ya hemos sintonizado la frecuencia de Dios y hemos visto como Él con su sutileza nos ha ido conduciendo….y a algunos nos habrá llevado al matrimonio y formar una familia con la difícil tarea de educar a nuestros hijos, a otros a vivir la vocación laical con una mayor entrega a tareas concretas, a otros a la vida religiosa o sacerdotal…..pero quizás se nos acabaron las baterías; y dejar que Cristo con su evangelio entre de nuevo en nuestras vidas será la PASIÓN que recargará las pilas.

En esta semana en la que la Iglesia celebra el día del seminario, podríamos dedicar un poco de nuestro tiempo a estar atentos al Señor ¿Qué me pides? ¿Para que me has puesto aquí en medio? Abiertos al don del sacerdocio como regalo de Dios en nuestra familia. Quizás un hijo, un hermano, un nieto que ha sido tocado por Dios….. o YO mismo! Tengamos una oración por las personas que están preparándose para el sacerdocio, que sean imagen de un Dios con “un corazón tan grande, que no le cabe en el pecho”, y que se apasionó por nosotros primero.

Esta semana os invitamos:

A los jóvenes: ¿Cuál crees que es la vocación en la que mejor puedes seguir a Jesús? Piensa que es el camino que más te hace feliz, no el más fácil, o el que todo el mundo quiere para ti.

A los adultos: ¿Qué rasgo/s reafirmarías de tu vocación? Compártelo con alguien.

Jn 3, 14-21
Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre ha de ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que creek en él no muera,l sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que cree en el Hijo de Dios no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundoñ prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven conforme a la verdad, se acercan a la luz para que se vea que sus acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios.